¿En qué momento se deben soltar las amarras?
Cuando por costumbre se ha permanecido junto a alguien por mucho tiempo, pueden llegar a confundirse los sentimientos, a creer que el fuerte vínculo que los unió, es el mismo que ahora los ata.
Y eso puede ser una gran mentira, porque aquel principio no puede ser igual cuando el tiempo ha pasado.
Pueden suceder dos cosas dependiendo de la forma como se fue cultivando la relación: O se fortaleció la cadena o se debilitó al grado de convertirse en un estorbo.
Pero sucede que ese enmohecimiento se ha pegado al cuerpo, al alma, al espíritu a la ropa, a todas las cosas que se comparten, que deshacerse del nexo resulta doloroso, difícil de aceptar y llega a creerse que es mentira lo que se está viviendo.
No se pueden perder las llaves de esos candados que una vez, voluntariamente nos pusimos.
La costumbre, la tradición, se transforma en un peso muchas veces no deseado. Es algo que va impidiendo que otras formas se desarrollen, va dejando atrás sueños e ilusiones, las metas se pierden en la rutina y un montón de tiempo va envolviendo como una telaraña asfixiante.
¡Qué difícil es aceptar el fin!
Qué difícil es reconocer que una etapa se ha terminado abrumada por la costumbre, ahogada en una rutina. Qué difícil es reconocer que el amor no acepta confusiones, que fácil es olvidar las promesas, la palabra empeñada, que fácil brota el egoísmo y que fácil es echar en cara los errores cometidos.
Qué difícil es aceptar el valor del otro, los esfuerzos del otro, las ganas del otro. Siempre se prefiere ver más hacia adentro de uno mismo que hurgar en el alma de quien se tiene enfrente.
Sin embargo, muy dentro de la conciencia se acepta que el final ha llegado, que es hora de hacer un inventario para ver que cosas se pueden salvar y qué otras se irán junto con aquella idea que nació para vivir juntos.
¡Vamos! Es sólo una etapa más quizá más dolorosa que las anteriores, pero en la vida de todos, las etapas terminan, y causan nostalgia y pasan, sin remedio, a formar parte de los recuerdos, dulces y amargos, pero recuerdos.
Viendo el horizonte desde esa nave que se niega a abandonarse, la pregunta taladra, lastima, hiere, y es por la respuesta ya es sabida: ¿Llegó el momento de soltar las amarras?
Una lección que no aprendimos, el curso que no tomamos, es el de decir adiós.
Pero finalmente amanecerá, con sol o con lluvia, pero será un día nuevo, lleno de tiempo para realizar otros planes, para seguir viviendo.
Abrimos la nueva puerta y disponemos de más espacio para organizar y determinar que es lo que NO debemos hacer.
Y eso puede ser una gran mentira, porque aquel principio no puede ser igual cuando el tiempo ha pasado.
Pueden suceder dos cosas dependiendo de la forma como se fue cultivando la relación: O se fortaleció la cadena o se debilitó al grado de convertirse en un estorbo.
Pero sucede que ese enmohecimiento se ha pegado al cuerpo, al alma, al espíritu a la ropa, a todas las cosas que se comparten, que deshacerse del nexo resulta doloroso, difícil de aceptar y llega a creerse que es mentira lo que se está viviendo.
No se pueden perder las llaves de esos candados que una vez, voluntariamente nos pusimos.
La costumbre, la tradición, se transforma en un peso muchas veces no deseado. Es algo que va impidiendo que otras formas se desarrollen, va dejando atrás sueños e ilusiones, las metas se pierden en la rutina y un montón de tiempo va envolviendo como una telaraña asfixiante.
¡Qué difícil es aceptar el fin!
Qué difícil es reconocer que una etapa se ha terminado abrumada por la costumbre, ahogada en una rutina. Qué difícil es reconocer que el amor no acepta confusiones, que fácil es olvidar las promesas, la palabra empeñada, que fácil brota el egoísmo y que fácil es echar en cara los errores cometidos.
Qué difícil es aceptar el valor del otro, los esfuerzos del otro, las ganas del otro. Siempre se prefiere ver más hacia adentro de uno mismo que hurgar en el alma de quien se tiene enfrente.
Sin embargo, muy dentro de la conciencia se acepta que el final ha llegado, que es hora de hacer un inventario para ver que cosas se pueden salvar y qué otras se irán junto con aquella idea que nació para vivir juntos.
¡Vamos! Es sólo una etapa más quizá más dolorosa que las anteriores, pero en la vida de todos, las etapas terminan, y causan nostalgia y pasan, sin remedio, a formar parte de los recuerdos, dulces y amargos, pero recuerdos.
Viendo el horizonte desde esa nave que se niega a abandonarse, la pregunta taladra, lastima, hiere, y es por la respuesta ya es sabida: ¿Llegó el momento de soltar las amarras?
Una lección que no aprendimos, el curso que no tomamos, es el de decir adiós.
Pero finalmente amanecerá, con sol o con lluvia, pero será un día nuevo, lleno de tiempo para realizar otros planes, para seguir viviendo.
Abrimos la nueva puerta y disponemos de más espacio para organizar y determinar que es lo que NO debemos hacer.
Etiquetas: filosofia, literatura, poesía, reflexion, sentimiento
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