viernes, julio 20, 2007

Pensé que me amabas


Ella llegó con un gesto temeroso, una timidez que rayaba en casi pánico y que denotaba que no sabía dónde estaba.
Sin embargo, se veía muy bella. Era una mujer cuidadosa de su cuerpo hasta en los más pequeños detalles, sabía que le admiraban y eso le gustaba, así que para fortalecer esa parte de su ego, se cuidaba. Gimnasio, tintes, maquillajes, tratamientos, depilaciones, perfumes habían logrado que su presencia se distinguiera.
Pero esa mirada llena de temor la ponía ausente, lejos de la realidad, en otro mundo donde no se reflejara su realidad. Pero se movía sabedora de sus encantos y que los hombres la mirarían. Se sabía deseada.
La tarde llegaba con las primeras estrellas mientras su perfume dejaba tras de sí una estela de preguntas.
Cuando entró a la habitación, dio una rápida mirada por la estancia y con una sonrisa aprobó lo que sus ojos vieron, luego se volvió hacia mí recorriendo con la mirada mi presencia, sin dejar de sonreír. Esos ojos claros se metieron hasta mi corazón, pero antes se atoraron en la garganta. El temor pasaba a segundo plano, ahora el nerviosismo estaba de mi lado.
Finalmente se rompió el hielo. –Se está bien aquí- dijo mientras arrojaba su bolso sobre el sofá, luego comenzó a quitarse la ropa y a mostrar poco a poco todo aquello que su blanca piel cubría.
Antes de que su vestido se separara de su cuerpo, hizo un mohín con la nariz encogiendo los hombros, así como diciendo ¡¿Qué haces ahí parado?!, pero mis pies e negaban a avanzar. Estaba estático, mirando, admirando aquella belleza que dejó el miedo fuera de la estancia para convertirse en una gatita mimosa, en una obra de arte, en una estatua en movimiento.
Eso es lo que desde mi posición se veía, pero… ¿Qué veía ella?, ¿Por qué no atinaba yo a adivinar su opinión respecto al ser que tenía enfrente?, ¿Sería recíproca la impresión?, porque no me veo como una estatua en movimiento, mucho menos como una obra de arte.
Sin lugar a dudas, ella estaba segura que su presencia, su cuerpo, su belleza me había impactado, aquel miedo que transpiraba recién nos conocimos, se había esfumado y ahora… De pronto, su desnudez se mostró en todo su esplendor, la blancura de su piel contrastaba con todo lo que había en aquella habitación y su perfume estimulaba más que cualquier licor.
Ella dio varias vueltas para no dejar nada oculto, como para dejar claro que todo estaba en su lugar, en las dimensiones exactas, perfectas, blancas. Su cabello corto dejaba ver desde el cuello hasta los tobillos y por el frente, desde el hermoso rostro hasta los dedos de los pies, pasando por todo aquello por donde se tiene que pasar, quedándose detenido en algunos sitios donde las protuberancias hacen más dificultoso el camino. Bella como pocas, sus senos levantaban su piel con armonía y la suavidad del cuerpo invitaba a recorrerlo palmo a palmo, sin prisas, tocando, acariciando, mordiendo, oliendo.
De pronto, detuvo mi recorrido con cierta brusquedad diciendo: ¿Por qué no me pagas ahorita?, así ya no nos detendremos.
Ese comentario me volvió a la realidad, no estaba en el cielo, sino en la tierra. Sólo alcancé a responder: ¿Ya?, ¿Tan pronto?, digo, mejor cuando termines.
-No mi amor- dijo ella, el negocio funciona así, antes de…
Mmm- dije – Y yo llegué a creer que me amabas.