Si nacieras todos los días
Deberías nacer todos los días, romper cada corazón al amanecer y llenar de sonrisas los rostros de los niños todas las noches, de todos los días, de todos los meses del año. Eso sería vivir en constante alegría, en una eterna celebración.
Festejaríamos tu cumpleaños hasta el cansancio, y los mercaderes se acercarían un poco más al hartazgo de la venta masiva.
El mensaje de esperanza se renovaría más rápido que de costumbre y tal vez penetraría en la conciencia de quienes lo reciben.
Tal vez la paz mundial sería una realidad, en todos los hombres que tuvieran o no buena voluntad, porque sería algo así como una obligación, un paradigma nuevo, vivir en paz sin saber por qué y disfrutar de las luces multicolores a sabiendas de que en ningún lugar del mundo alguien padece carencias.
Imagínate al mundo repleto de fervor religioso sólo porque el milagro del santo nacimiento ocurre todos los días, sin descansos semanales, sin asuetos ni vacaciones, sin tarjetas de asistencia, sin relojes perseguidores, sin patrones hambreadores. Todos con el corazón lleno de benevolencia, celebrando la natividad con una sonrisa en la boca y hablando de las maravillas que causa la convivencia, la hermandad, la paz…
Pensemos por un instante cómo sería esta ciudad si celebráramos con una cena especial ese cotidiano nacimiento, el día estaría lleno de trajín cansado y estresante, las mesas llenas de vinos y licores, de botanas y exóticos platillos, sólo por celebrarte, mientras desde tu claustro te aburres de tanta rutina inútil.
Pero la vida es de otra forma. Esperamos doce largos meses para sacar toda la angustia acumulada, hacemos coincidir en estos días la esperanza y la desesperación, fingimos ser alegres y solidarios y permitimos que otros más sean los verdaderos ganadores de ese ajetreo anual.
Finalmente tu nombre quedó en el olvido, nadie recuerda tu edad envejecido entre la vorágine de la tecnología que lleva a la necesidad de crear otros dioses, mas cercanos a nuestra realidad violenta, alguien que nos anime a pelear, a buscar otros horizontes más beligerantes; que nos enseñe tácticas para vencer a los enemigos que no hemos podido perdonar, que se molestan cuando suenan tus campanas o que, en tu nombre bendicen su propia estupidez.
Por eso creo que deberías nacer todos los días. Para que nadie olvide la razón que justifica el trajín de esta temporada, para que todos tengamos presente en el momento del brindis, una oración por el ser que motivó esta temporada vacacional. Para que vivamos un momento sin pedirte nada, para que ese pan que adorna la mesa tenga el sabor de la petición concedida, para que pensemos un poco en aquellas ofensas que no nos has perdonado y en todas las tentaciones que hemos caído luego de infinidad de promesas que hemos incumplido.
Si TÚ nacieras todos los días tendríamos la certeza de que tu nombre es santo y podríamos volver nuestra atención hacia el interior de nosotros mismos y ver que el corazón que late en cada pecho, es la muestra más clara de que existes ahí y no en los aparadores iluminados ni en las grandes ofertas de temporada.
Pero la vida es de otra manera…
Festejaríamos tu cumpleaños hasta el cansancio, y los mercaderes se acercarían un poco más al hartazgo de la venta masiva.
El mensaje de esperanza se renovaría más rápido que de costumbre y tal vez penetraría en la conciencia de quienes lo reciben.
Tal vez la paz mundial sería una realidad, en todos los hombres que tuvieran o no buena voluntad, porque sería algo así como una obligación, un paradigma nuevo, vivir en paz sin saber por qué y disfrutar de las luces multicolores a sabiendas de que en ningún lugar del mundo alguien padece carencias.
Imagínate al mundo repleto de fervor religioso sólo porque el milagro del santo nacimiento ocurre todos los días, sin descansos semanales, sin asuetos ni vacaciones, sin tarjetas de asistencia, sin relojes perseguidores, sin patrones hambreadores. Todos con el corazón lleno de benevolencia, celebrando la natividad con una sonrisa en la boca y hablando de las maravillas que causa la convivencia, la hermandad, la paz…
Pensemos por un instante cómo sería esta ciudad si celebráramos con una cena especial ese cotidiano nacimiento, el día estaría lleno de trajín cansado y estresante, las mesas llenas de vinos y licores, de botanas y exóticos platillos, sólo por celebrarte, mientras desde tu claustro te aburres de tanta rutina inútil.
Pero la vida es de otra forma. Esperamos doce largos meses para sacar toda la angustia acumulada, hacemos coincidir en estos días la esperanza y la desesperación, fingimos ser alegres y solidarios y permitimos que otros más sean los verdaderos ganadores de ese ajetreo anual.
Finalmente tu nombre quedó en el olvido, nadie recuerda tu edad envejecido entre la vorágine de la tecnología que lleva a la necesidad de crear otros dioses, mas cercanos a nuestra realidad violenta, alguien que nos anime a pelear, a buscar otros horizontes más beligerantes; que nos enseñe tácticas para vencer a los enemigos que no hemos podido perdonar, que se molestan cuando suenan tus campanas o que, en tu nombre bendicen su propia estupidez.
Por eso creo que deberías nacer todos los días. Para que nadie olvide la razón que justifica el trajín de esta temporada, para que todos tengamos presente en el momento del brindis, una oración por el ser que motivó esta temporada vacacional. Para que vivamos un momento sin pedirte nada, para que ese pan que adorna la mesa tenga el sabor de la petición concedida, para que pensemos un poco en aquellas ofensas que no nos has perdonado y en todas las tentaciones que hemos caído luego de infinidad de promesas que hemos incumplido.
Si TÚ nacieras todos los días tendríamos la certeza de que tu nombre es santo y podríamos volver nuestra atención hacia el interior de nosotros mismos y ver que el corazón que late en cada pecho, es la muestra más clara de que existes ahí y no en los aparadores iluminados ni en las grandes ofertas de temporada.
Pero la vida es de otra manera…